La huida.
Foto de Kirtap Novar
Es frecuente querer escapar. Pregunten a cualquiera si le apatecerÃa marchar lejos de vacaciones. Miren sino cómo van las carreteras que salen de la ciudad los fines de semana. Algo nos dice que estamos atrapados y es necesario huir. Una parte animal primitiva y no totalmente anestesiada nos avisa de que no estamos bien. Hemos estabulado nuestros instintos y deseos. En lugar de querer trotar libres por los campos, coger manzanas de lo árboles o perseguir la lozanÃa de un congénere decidimos meternos en edificios de oficinas, ganarnos un jornal y dedicarlo a pagar la hipoteca o comprarnos un coche. Cualquiera que nos vea en la distancia se dará cuenta de que nos han estafado. Por eso soñamos con huir. Un piloto rojo sigue avisando en nuestros sueños animándonos a irnos lejos, a dejar todo atrás. En ocasiones conseguimos escapadas parciales. Usamos el tiempo reglamentario de vacaciones para hacer un viaje real o para retirarnos al silencio y la belleza de la naturaleza sin caer en las trampas del turismo activo que nos mantiene en la misma tempestad de movimientos con que nos condena inmisericorde la ciudad. Lo habitual es caer en estas trampas que disfrazadas de viaje nos obligan a adoptar la mecánica mercantilista del touroperador de turno, el ritmo aciago del megacrucero o la ciudad de vacaciones que es exactamente igual a la nuestra pero con playa y chiringuitos. La verdadera huida, el verdadero escape, no es...
Fuente de la noticia:
blog del doctor casado
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http://www.doctorcasado.es/
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